El viento que arraiga.
por María Lokvicic
Profesora de Lengua y Literatura. Se orienta profesionalmente a la formación docente. Ha participado en distintas actividades de gestión cultural como delegada de la Fundación Vía Regia 7 e impulsado actividades de promoción de la lectura literaria en la formación de bibliotecarios y comunicadores sociales.
Participó de la obra colectiva Y esto es un relincho, compilada por Luciana Mellado.
Ha acompañado a varios autores fueguinos en los procesos de corrección y edición de obra y participado como integrante del Comité de Selección de Proyectos para la Editora Cultural Tierra del Fuego.
Forma parte del staff de la revista Ideario, del IPES Paulo Freire.
Apuntes para pensar la literatura desde la Tierra del Fuego
Desde los cantos chamánicos de las culturas ancestrales dando sentido a los astros, las aves, las costas y las montañas, a los diarios de viaje de los marinos que traía el Atlántico; desde las memorias de los exploradores antárticos a las cartas de los migrantes al amor lejano, Tierra de Fuego ha sido una figuración moldeada por la palabra y un lugar desde y hacia donde proyectar la voz.
El último de los territorios nacionales en provincializarse sufrió convulsiones geopolíticas complejas en el pasado reciente. Sin embargo, la literatura trasciende los estados nacionales y las disputas limítrofes, incluso preexiste a ellos. La reverberación de voces fue decantando en una categoría posible, aunque nunca homogénea, la ‘literatura fueguina’. Al pensarla, un primer dilema que se nos plantea es distinguir cuáles son las trampas semánticas que la atraviesan, desde un imaginario de tarjeta postal, insularidad, extremo, terra ignis, fin del mundo.
Y es que se escribe de múltiples modos bajo cierta lógica transhumante que, como en el resto de la Patagonia, condiciona incluso a quienes no se han movido nunca de su pueblo, ciudad o paraje, porque aún ellos conocen del antiguo oficio de llegar y de partir, de las esperanzas y sueños puestos en lo desconocido y de cómo estos modelan las historias y los vínculos, las formas de transitar ilusiones y desencantos, encuentros y desencuentros, silencios, nacimientos, muertes, pasiones y violencias que aparecen agigantados desde el caleidoscopio de las distancias. El desarraigo, vale aclararlo, no es asunto exclusivo de los sujetos migrantes. La Patagonia misma no está nunca en el mismo lugar. De sur a norte o del mar a la cordillera, nos reconocemos sacudidos por esos mismos vientos que “arrancan o arraigan”, en palabras del poeta Julio Leite.
En ese campo fluido e inasible en el que las fronteras son siempre difusas, sin embargo, es posible distinguir una serie de derroteros que, a veces, de manera casi imperceptible, van articulando lo aparentemente distante e inconexo para construir sentidos. Desde las tímidas publicaciones que buscaron registrar y sistematizar durante las últimas décadas las escrituras del extremo sur, hasta las actuales sólidas líneas de trabajo de la Editora Cultural Tierra del Fuego; y desde las sistematizaciones de la historia literaria fueguina propuestas por autores como Ricardo Horacio Caletti o Roberto Santana, a las ferias autogestionadas por distintas organizaciones, se ha dibujado un mapa posible. Se han centrado autores y obras en un canon heterogéneo que ha ido creciendo de manera exponencial, redescubriendo voces olvidadas y difundiéndolas antes de que se callaran para siempre.
Se pueden destacar algunas publicaciones que han tenido importancia en la difusión de las letras fueguinas en el puente temporal que supone el cambio de siglo. En las décadas de 1980 y 1990, en Ushuaia, podemos mencionar Aldea, a cargo de Alicia y Anahí Lazzaroni; Tiempo desvelado, de Estela Noli, Silvia Milat y Manuel Zalazar y Akainix, de la mano de Cecilia Belotti. En Río Grande, pueden destacarse suplementos literarios, tal el caso de El sueñero, en el que Patricia Cajal y Oscar Domingo Gutiérrez supieron mostrar el pulso de las letras fueguinas y establecer interesantes intercambios escriturarios con autores de Punta Arenas, ciudad vecina del país trasandino. Eran épocas en las que Leonor María Piñero publicaba de manera artesanal el periódico cultural La ciudad nueva y llevaba adelante el programa radial “Cono de tinta sur”. Los escritores riograndenses se agrupaban en torno a la SADE y en Ushuaia desarrollaba sus actividades la asociación Hanis, entre otras. Las asociaciones culturales y las bibliotecas populares, muchas veces trabajando en conjunto, han cumplido un rol fundamental. En la actualidad, la asociación “Ushuaia anda leyendo” ha logrado sistematizar y ofrecer en línea, para consulta, el catálogo más completo de literatura fueguina que se conozca.
En un territorio especialmente sensible por su situación geográfica, las instituciones gubernamentales siempre tuvieron un papel estratégico en la difusión y conformación del tejido cultural. El municipio de Río Grande estuvo a cargo de la publicación de la revista Tiempo comunitario, que difundía artículos científicos, históricos, antropológicos y literarios de circulación local; posteriormente, fue el turno de Edades & Tiempos. Gaceta Cultural y Koyuska fueron publicadas por la Secretaría de Educación y Cultura en la capital de la provincia en la década de 1980.
Actualmente, la Editora Cultural Tierra del Fuego cumple un papel fundamental en cuanto al estímulo a la publicación. Su catálogo contempla autores jóvenes, como los poetas Florencia Lobo, María Belén Ahumada, Romina Bernardini o Pedro Lencina, otros ampliamente afianzados en el campo como Nicolás Romano o el narrador Federico Rodríguez, y ha procurado ampliar el abanico de géneros, incluyendo literatura infantil y juvenil, novela gráfica, teatro, libros álbum y no ficción. Es de destacar, además, que ha llevado adelante la reedición o compilación de obras de destacado interés para la historia literaria fueguina: La palabra nieve es una buena contraseña, poesía reunida de Anahí Lazzaroni; Oficio, poesía reunida, de Niní Bernardello y Fundación poética de Río Grande, de Fredy Gallardo, Patricia Cajal y Oscar Domingo Gutiérrez.
Las transformaciones en los consumos culturales mediadas por la tecnología han multiplicado y diversificado las manifestaciones literarias. Las nuevas generaciones exploran sus potencialidades en grupos de lectura en las redes sociales como “Lectores del fin del mundo” o hacen circular la palabra en ferias artísticas de colectivos culturales, tal es el caso de “Maraño” en Río Grande y “Oshovia” en Ushuaia. Hay quienes ponen en tensión el rol mismo de “autor” difundiendo obra de factura exquisita que no ha tomado la forma de libro, como Silvina Felice, quien publica desde la cuenta de Facebook “Grata palabra”.
Son tiempos de búsqueda en los que también han surgido proyectos editoriales como Viento de hojas y su colección Confines (esta última, dirigida por Federico Rodríguez), así como caminos alternativos al mercado. La editora cartonera Kloketen Tintea de Río Grande, además de fanzines de poesía, ha producido obras como Relatos de un cartero y La isla me llama, ambas del poeta Alejandro Pinto, quien elige construir cada ejemplar como un objeto único que él mismo pone en manos de sus lectores.
Estos son solo algunos de los senderos, puentes y señales que atraviesan el mapa literario aquí, al sur del mundo; la rosa de los vientos que arrastran y arraigan en un campo en permanente transformación: el de la literatura fueguina.